Hablemos de Shin Godzilla, de Hideaki Anno y Shinji Higuchi (2017)

 ¡Buenas a todos! Hoy vamos a hablar de la reimaginación de Godzilla volviendo al terror más que nunca y abrazándolo con una morbosidad deliciosa. Vamos a ello.


    Me gusta Godzilla. Me gusta mucho Godzilla. Me chifla Godzilla. De hecho, en el futuro tendré la saga entera analizada aquí. Me mola Godzilla. Mucho. Así que, como fan del monstruo nipón más adorado, ¿esta reimaginación funciona?

    Claro que lo hace joder, de puta madre.

    Os advierto que esta es una de esas reseñas en las que le como la polla a la película hasta la arcada, así que si estáis aquí buscando que me ría de los efectos especiales o de como Godizlla al principio parece una polla, habéis venido al sitio incorrecto.

    Bueno, a ver, sí, parece un poco un cipote pero no estamos a eso. No seáis superficiales, coño.

    La película es una cinta de Godzilla en la que el monstruo en cuestión no sale ni 20 minutos. Esto ya lo hacia en 2014 la magnifica cinta americana de Godzilla, y bueno, chorrocientas películas antes de esa, pero la cosa era hacer la comparación. El caso es que es una opción genial para nos sobrecargar la pantalla del monstruo y hacer que cada aparición sea todo un evento, como los propios ciudadanos de Japón se sienten ante la llegada de esta puta fuerza de la naturaleza. Hay otras cintas de la saga que se centran en otros temas y dan más aparición al monstruo, pero por lo general se busca la impresión, que notes ese poder, esa fuerza, este tamaño. Al fin y al cabo, Godzilla no es King Kong. King Kong mola, pero no deja de ser pues un mono grandote. Godzilla es una deidad, Godzilla es una fuerza de la naturaleza, una venganza de la misma.

    Antes de volver al monstruo, que esta cinta nos da para hablar de él un buen rato, centrémonos en ese contexto. Godzilla es la venganza de la naturaleza. La cinta original nace del miedo a la bomba atómica, a sus consecuencias. Todas las cintas de Godzilla, o al menos las mejores, son exorcizaciones de miedos de la sociedad nipona y, antes de temer a Godzilla como protector, fue la ira de ese miedo tan arraigado de los japoneses a la masacre que los estadounidenses provocaron en Hiroshima y Nagasaki. En esta cinta, ya no es que Godzilla vaya siguiendo y alimentándose de radiación, cosa que a fin de cuentas ya se ha visto más de una vez en el subgénero kaiju. El rollo de que los americanos metan sus narices en el asunto y presiones a Japón para erradicar a Godzilla, que está en sus tierras, con una bomba atómica, bueno, eso ya es otro rollo. El peso social y cultural que tiene es colosal y se siente casi más que el propio Godzilla. Es una crítica brillante y descarnada a los pesados de los estadounidenses y es escarbar en una herida dolorosa para el pueblo nipón que da mucho más peso argumental del propio Godzilla (el cual saldrá poco en la película pero yo ya lo he nombrado treinta y siete mil veces. Y las que quedan).


Que sí, que al principio parece que tiene los ojos saltones estos que se le ponen a las roombas para hacer la coña, pero mola joder.
    
    Porque aquí, los protas son los burócratas. Son los políticos y los que se encargan de organizarlo todo, cabezas visibles del gran personaje principal: el pueblo japonés como unidad. Lo que esta cinta se centra en la diplomacia nacional e internacional, en los conflictos económicos, sociales, políticos y, obviamente, morales de todo lo que Godzilla va acusando es genial. Aporta una profundidad deliciosa a la cinta, hace que todos se sienta más real, que la catástrofe que todo esto causa se sienta con más peso y realidad, cosa que recuerda de nuevo a la bomba atómica, referencia que no es ni la primera ni la última vez que recurriré a ella. La dimensión realista sienta muy bien a la representación de Godzilla que se ha creado aquí.

    Godzilla (por fin hablamos de él) es una mezcla entre el dios brutal de las clásicas sin recurrir al aspecto de protector y al más animal de la original o incluso de la americana del 98 sin caer en rebajar su categoría de fuerza de la naturaleza y ponerlo como un simple animal. Es una criatura absolutamanete bestial, un ser que sufre indeciblemente a cada paso. Joder, la primera vez que oímos su legendario rugido es por liberar un dolor insoportable. El diseño de la criatura en sus diferentes fases (porque va evolucionando a toda patilla en esta cinta, detallito que olvidé mencionar) se hunde en el body horror más delicioso (para más info del género, escribí un articulo sobre ello hace tiempo), pasando por los monstruos más retorcidos. El simbolismo de que que el pánico que provoca en el pueblo nipón va en conjunto con el horripilante dolor que se cual hace que sea un personaje trágico, una criatura que no pidió nacer y que no hace otra cosa que no sea sobrevivir a duras pena, que todos sus destrozos no son pretendidos y que sufre indeciblemente a cada instante. Es una víctima más del horror que, al final, provocamos nosotros. Si, otra vez la bomba atómica saliendo a coalición. Es un diseño de monstruo verdaderamente atroz y glorioso a la altura de las mejores cintas de serie B, hecha con un CGI de dejarte la boca abierta y que, a causa de la evoluciones constantes, no deja de sorprender en ningún momento.

Atomic rave

    La banda sonora es otro grandísimo acierto, orquestal, gloriosa y de una potencia inmensa que hace tronar los altavoces, que nos acune y nos entristece. Eso, unido a unas muy buenas actuaciones, un uso de la luces fantástico, un ritmo frenético durante su larga duración a pesar de las pocas apariciones del monstruo...

    Joder, que dejéis de hacer el imbécil y os la veáis ya.

PUNTUACIÓN: 💀💀💀💀💀 (sobresaliente)


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